Una de mis historietas preferidas de la mitología griega es la de Aquiles y Pentesilea, que aquí aparece en una de las caras de esta ánfora ática expuesta en el Museo Británico. El ánfora está atribuida a Exequias, alfarero y pintor activo en Atenas entre 550-525 a. C. y que escribió junto a la figura del héroe griego “ΕΧΣΕΚΙΑΣ ΕΠΟΙΕΣΕ”, Eksekias epoiese, traducido, “Exequias me hizo”. También aparecen escritos los nombres de los personajes, algo bastante habitual en la cerámica griega. A Exequias se le atribuye también la decoración aunque no la haya firmado.
Tras un periodo decorativo dominado por motivos geométricos, los artistas griegos descubren en sus leyendas heroicas una fuente inagotable de inspiración. Un ejemplo de este estilo figurativo lo encontramos en esta ánfora, en la que se representa una de las escenas narradas por Homero en la Ilíada: el fatídico momento en el que Aquiles, héroe griego, hijo del mortal rey Peleo y de la diosa Tetis, atraviesa con su lanza a Pentesilea, la reina de las amazonas que ha acudido a Troya a luchar junto al rey Príamo.
Las figuras negras de los dos personajes destacan sobre el fondo rojo y la elegante decoración de motivos espirales que adorna la panza del ánfora, enlazando con la escena de la parte posterior que representa al dios Dionisos. El dios del vino no guarda relación aparente con la guerra de Troya pero sí nos remite al líquido guardado en el recipiente. Uno de los detalles que más llama la atención es la blancura del cuerpo de la amazona que, junto con su rostro pálido y descubierto, resalta su feminidad y vulnerabilidad en el momento en que, cerca de la muerte, vuelve su mirada hacia su asesino. Aquiles, de perfil como ella, lleva la cabeza cubierta por un casco y la inclina para mirarla. Según una leyenda posterior a la Ilíada, justo en el momento en el que el héroe, tras un largo combate, la atraviesa con la lanza y ella cae herida de muerte, sus miradas se cruzan y Aquiles se enamora de ella. El héroe llora su pérdida, consciente de que ya es demasiado tarde y saca en brazos su cuerpo del campo de batalla. Este tema clásico sobre el amor y la muerte (Eros y Thanatos) es aquí representado por Exequias con sensibilidad y elegancia, aunque aún tendremos que esperar a la técnica de figuras rojas para que los artistas cerámicos puedan llegar a pintar con mayor naturalismo e incluso a incluir la perspectiva.
Pero tras esta interpretación poética sobre la llegada del amor a destiempo y la fugacidad de la vida se esconden otro tipo de consideraciones más prosaicas. En una sociedad patriarcal como lo era la griega, la mujer era considerada una eterna menor incapaz de pensar por sí misma y relegada, tras un matrimonio impuesto, al gineceo y al cuidado de los hijos. Para el hombre griego la existencia de una sociedad como la de las amazonas, organizada por mujeres independientes dedicadas a las tareas tradicionalmente reservadas al sexo opuesto, suponía un mundo al revés, ciertamente atrayente, pero peligroso, bárbaro y sin orden alguno.
Los relatos griegos situaron a estas guerreras principalmente en Asia Menor, en los confines del mundo civilizado representado por la cultura griega. El motivo del ánfora nos recuerda que lucharon del lado de los troyanos y en época clásica el imaginario griego las asimiló a los persas, enemigo tradicional. Señalemos además que los conquistadores españoles relataron en sus crónicas haber sido atacados por un grupo de mujeres cerca del río que llevaría el nombre de Amazonas, situando de nuevo a esa sociedad de mujeres en los confines del mundo conocido y «civilizado». Por tanto, la muerte de la amazona a manos del griego, atravesándola con su lanza-falo, reafirma la supremacía de la cultura griega frente a la barbarie, al mismo tiempo que devuelve a la mujer a su condición. Se restituye así el orden y la normalidad, entiendo por normalidad una obligada sumisión de la mujer dentro de la sociedad patriarcal del momento.
Pero no estéis tristes por Pentesilea, que era en definitiva una chica moderna, ni por esa historia de amor que murió en el instante de nacer. Aquiles no era el Brad Pitt de la película y también acabó muriendo por una herida en su talón. Y en el fondo, y como veremos más adelante, nunca hubieran podido llegar a ser felices, pues el corazón del griego estaba en realidad ocupado desde hacía mucho tiempo por otro.
MAGDADA