No es extraño que Antonio Portela eligiera unos versos del poeta romántico Heinrich Heine como “frontispicio” de su galería de obras en Internet: No importa que las obras en sí se queden en fragmentos con tal que al unirlas constituyan un todo. En cierto modo es así como encontramos en ocasiones la clave de la obra de arte, casi nunca como algo totalmente independiente, aislado del entorno y sin conexiones con otras formas de expresión.
En el caso de la obra cerámica de Portela esto se hace evidente en la variedad de lenguajes que parece utilizar; sin embargo, una mirada más profunda pronto nos lleva a unificar, si no su lenguaje, sí lo que nos transmite. Y volvemos otra vez, aunque sea a modo de apoyo que nos ayude a ordenar reflexiones, a la idea del romanticismo. Porque si bien es cierto que parece muy distante esta estética artística, su apuesta por los sentimientos por encima de la racionalidad, su huida de la tradición (tan importante y, no pocas veces, tan limitadora en el mundo de la cerámica) y su búsqueda de la libertad absoluta en la expresión, nos provoca una suerte de déjà vu cuando observamos en conjunto la obra de Antonio Portela.
En efecto, las cerámicas de Portela tienen algo de romanticismo contemporáneo, se dejan llevar en ocasiones por la fuerza de los materiales, de la naturaleza incluso; en otras se reinterpreta la cultura popular, el sexo o las imágenes banales convertidas en iconos; aunque sin renunciar a veces a la belleza formal de las técnicas: de los esmaltes, las formas o las texturas.
Antonio Portela ha desarrollado su lenguaje a lo largo de décadas de experimentación, reflexión y estudio. Pero no lo ha hecho quemando etapas, sino sumándolas. Esto, si nos dejamos llevar por una mirada superficial, puede darnos la falsa sensación de una cierta dispersión, motivada por la riqueza de sus formas expresivas. Sin embargo, como en el poema de Heine, la unión de estos “fragmentos” crean un todo que adquiere su significado, y que nos lleva directamente a pensar en la celebración de la belleza, incluso de la escondida en los materiales, en las fotografías de la prensa o los libros de divulgación, en los procesos técnicos de la cerámica (procesos que, tomados de otra forma, pueden dar lugar a vacías piezas esteticistas); en la intimidad que provoca la pequeña pieza que, sin estridencias, se cuelga de la pared o se apoya en el suelo.
A Portela no le son necesarios grandes lienzos ni pesadas piedras, con la sola ayuda de su mirada personal renombra lo antiguo: toma la tradición, la cultura pop, la cerámica o la técnica; fragmenta después estos y otros materiales; los mezcla, bate, recrea y, finalmente, nos los muestra unidos, transformados. Y volvemos al romanticismo: la gran tormenta nos desvela la inmensidad de la naturaleza, pero también la intimidad del autor, que en este caso invierte los términos, mostrando la grandeza a través de pequeñas gotas, de sencillas frases o notas que componen la sinfonía.
Wladimir Vivas